lunes, 8 de junio de 2015

Darwinismo selectivo

He tardado, pero estoy de vuelta. Agradezcamos mi ausencia al Trabajo de Fin de Grado. Ya acabado, como dato de interés general. Solo bromeo. A falta de noticias desde el Baloncesto Fuenlabrada, donde aún esperan a la resolución de los equipos que ascendieron – deportivamente – (cómo me duele poner esa coletilla), trataré el problema coyuntural de los ascensos y descensos. Algo que, esta temporada, vivimos de cerca.

Burgos y Ourense ascienden a ACB | Fotos: FEB


En primer lugar, recalcar que Ourense y Burgos tienen extremadamente difícil ascender. La semana pasada, el presidente gallego reconoció que debían reunir 2.2 millones de euros antes del día 14 de junio. El día de ayer (7 de junio), intervino en el programa Tirando a Fallar para explicar la coyuntura del club. Necesitan el apoyo institucional. Para ello apeló a la importancia capital que sería para la ciudad poner su nombre en el panorama deportivo nacional. Si bien, la ACB ya no da los réditos económicos de antaño en ese sentido.

No obstante, es innegable que para la ciudad de Ourense, como para Burgos, sería determinante a la hora de impulsar negocios públicos que crezcan paralelamente a la gestión deportiva. Pero la ACB, con sus medidas retrógradas, anticuadas e inmovilistas, volverá a impedir que se produzcan cambios en su liga. Luego pondrá el grito en el cielo cuando la Euroliga hable de crear un sistema de competición cerrado… La hipocresía siempre estuvo a la orden del día en nuestro país.

Darwinismo selectivo


El actual sistema de competición, que ni tan siquiera se replantea modificaciones, está obsoleto. La ACB no sabe adaptarse. Y, ya lo dijo Darwin, “las especies que sobreviven no son las más fuertes ni las más inteligentes, sino aquellas que se adaptan mejor al cambio”. Actualmente, la ACB se ha propuesto jugar a ser Dios, con el inherente riesgo que conlleva.

Primero, por enrocarse en posiciones elitistas que nieguen la realidad. Vivir en las nubes, o en los despachos a puerta cerrada, más bien, trae como consecuencia directa el desconocimiento absoluto de la realidad de la liga. Como aquel emperador del cuento clásico que, creyendo que vestía las mejores galas, se vanagloriaba de su imagen. Hasta que, en un acto de pedantería, salió en comitiva para que sus aldeanos le admirasen. Solo un niño, inocentemente, se atrevió a gritar “¡Va desnudo!”, despertando de su letargo a sus congéneres. Tal vez algún día, alguien también logre sacar las vergüenzas de la ACB y logre un cambio de timón real.

Valga como ejemplo, ¿cuántos de vosotros sabéis cómo se llama el presidente de la Asociación de Clubes? ¿Por cuántos años ha prorrogado su contrato en la última asamblea general? ¿Hay alguien, de haber sabido contestar las anteriores preguntas, que sepa ponerle cara? ¿Alguna medida propuesta en estos años de mandato? ¿No? Venga, la última, ¿quién conoce su bagaje profesional, que sería su aval para ostentar su actual cargo? ¿Por qué él? Así estamos.

Segundo, el riesgo de pretender erigirse en una especie de soberano omnipotente altera la teoría de la evolución. Ya no sobrevive el que mejor se adapta al cambio, sino que se aplican unos criterios selectivos. Sobrevive quien, como en la mitología griega, supera los doce trabajos de Heracles. Juraría que a Heracles le costó menos esfuerzo, de hecho… Es el precio a pagar para entrar en el “Olimpo”. Aunque de Olimpo lo único que quede sean los recuerdos y la esperanza. Ya no hay riqueza ostentosa en sus pabellones. Mientras se niega a aceptar nuevos miembros en su corte celestial, alegando falta de garantía económica, se niega a tomar medidas contundentes cuando sus integrantes adeudan varias nóminas a sus trabajadores, cuando construyen proyectos destinados a la ruina… ¡Qué más da! ¡Vivamos el momento! El futuro yo se ocupará de ello, es su problema. Carta blanca para todos. ¡Traed más vino!

Mi reino por un ascenso


En verdad, no pensaba tratar aún este tema. De hecho, mi idea era sentarme a escribir acerca de la situación actual del Baloncesto Fuenlabrada, aprovechando la nulidad de informaciones que llegan desde el club. Pero me ha podido la indignación. Porque a todos, sea nuestro equipo el que descienda o sea el del vecino, debe indignarnos que se mancille el nombre de la competición que nos representa como periodistas, aficionados, jugadores, técnicos…

Es inadmisible premiar al equipo que peor lo ha hecho. ¿Qué valores de competición puede defender la ACB con su permisividad invidente? Ninguno. Y si la imagen de sus siglas como producto ya estaban devaluadas, sigamos con la misma política, a ver si dentro de unos años logramos ser la cuarta liga en Europa, en vez de la primera. No nos vale con ver lo que pasó en Italia, queremos emularlo, parece.

Ya escribí sobre este tema un artículo de tintes similares, aunque diferente en contenido, en enero. En otro arrebato de desahogo, supongo. Aún estaba en Zona 2-3. Aún escribía en Zona 2-3, más bien. Habrá quien entienda la diferencia. Es frustrante que el mérito deportivo reciba castigo, en vez de premio. Es de justicia casi poética que haya ascensos. ¿Para qué jugar, si no? De proseguir con esta mala praxis solo conseguiremos devaluar aún más, como consecuencia arrastrada, el producto LEB, ya de por sí en la UVI y con respiración asistida.

El oscurantismo con el que, desde las instituciones, se aplican las normas, guarda fiel reflejo con el último ascenso, aún sin materializar, de Ourense. Resguardados en su búnker, a la sombra de su impenetrable organización. Como aquel hombre que, en el último partido de la final entre Ourense y Breogán, decidió ofrecernos un constante primer plano de su cabeza, oscurecida por el contraste lumínico. Por supuesto, el buen señor qué culpa iba a tener. Las culpas, a la (penosa) retransmisión de la FEB. Mas su acto de involuntaria autoría generó una rebeldía simbólica.


La cabeza que impedía ver el 5º partido de la final Ourense-Breogán


Esto es la FEB; esto es la ACB: tapar los problemas. Fingir que no existen con un velo translúcido, que no logra ocultarlos. Que nos permite ver resquicios y mantener viva la voz que clame soluciones. No hay sombra tan opaca como para tapar el brillo con el que refulge la ineptitud. La inacción de unos dirigentes fagocitan su propia teoría de la evolución (selectiva).

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